sábado, 17 de enero de 2009

MAR





HOY mientras miraba imágenes del pasado, me di cuenta
que llevo guardada las imágenes del tiempo y cuando siento
llegar el cierre del año, es entonces cuando desespero porque
siempre llega ese recuerdo pintado de rojo y verde, esa niña
que reía tanto y hoy cuesta creer que tiene vida.
Lo maravilloso es poder vivenciar la natura, jamás daña.
Es equilibrio y dialoga con los sentidos.
Hoy encontré dos fotos en blanco-negro y amarillo y allí vivo.
Cuántas añoranzas al ser niños modos de un pasado colorido
junto al presente mar. Esta melancolía de domingo por la tarde
te las regalo, aunque la tengas olvidada en el cajón del escritorio
míralas y sentirás frescura de mar.
El mar encierra los secretos acuáticos de la creación y
de la transparencia tierna de todas las imágenes terrenales
que envuelven los sonidos del mar. Las caracolas mezclan gemidos
agudos con luces naranjas meciendo al habitante mar, viajero y
náufrago de los horizontes; trovador en los olvidos.
La luz del sol alumbra ese abismo de lo desconocido.




PIEL GITANA

Era agosto de 1.944 ... Hungría;región que vestía de gris
y dolor rojo, la guerra era protagonista.
Una incertidumbre habitaba en los rostros absortos,
hambrientos y descorazonados en esos desolados días;
esta vez les había tocado a ellos: “los gitanos”, herederos
de un gran linaje, sangre y cultura, piel plegada de sabiduría.
Pertenecientes a una raza perpetua en esos lares.
Ellos fueron también confinados y discriminados a semejanza
de los otros que sin razón eran el leño para los dominadores
del poder trilógico conocido hasta entonces .
El cielo delataba con sus colores el infierno que moraba
en aquel sitio, tiempos de soledad y misterio natural
para los vivientes que arraigados a su suelo patrio
veían violar sus vidas. Quienes detectaban el poder
hacían sentir el poder manipulando a su antojo
el destino de las personas, consagrando desde
su sitial los hechos importantes, necesarios y brillantes.
Comparándose con las masas que agudizaban gritos
en cada latido, los gitanos glorificaban a su ser divino.
Agradecían por estar mortales, hombres y mujeres
sembraron, cosecharon sus virtudes y principios soberanos
y preparados en el sendero de su Dios, reían y lloraban
sus destinos regados junto al territorio patrio.
Como en toda guerra disparatada, sucia y loca,
existía una anécdota que a más de uno inspiraba dolor
y tristeza. Esa historia densa, mágica y terrenal hoy
la tinta pinta un escenario multicolor en la paleta
del terror para sepultar un racimo de flor gestado en el amor.
Detrás de toda angustia, temor y desesperación vivían
centenares de hombres, mujeres y niños,
grupos de etnias diferentes pero similares espiritualmente
compartiendo el dolor y la desesperanza beligerante.
Entre todo el gentío que moraba allí sus destinos,
habitaba un matrimonio de 40 años quienes mantenían
por sobre la guerra, el calor de hogar,la brisa del amor.
A pesar de la distancia que los separaba de los pabellones
grandes, fríos y grises con aroma a muerte; el sentimiento
vivía alerta en cada movimiento lento, en cada amanecer
desolado por el miedo al olvido.
Sus encuentros sucedían en alguna que otra
oportunidad mágica que se les presentaba,
encuentros fugaces alimentando al amor añejo y dulce,
ese querer que marcó el destino sellando felicidad.
Él era un músico en su aldea y como gran gitano desplegaba
las notas del violín matizando a cualquier humano
que lo escuchara. En el campo de concentración las notas
melodiosas eran el aliciente y remedio para las almas
pronto a partir. La llegada al campo deshumanizante
fue elegido por los uniformados para ejecutar su instrumento,
del cual nunca se separó. Fue el arma que disparaba notas.
Notas naturales con silencio aterrador.
Relajaba y reconfortaba a los superiores durante
las horas de ocio, placer o misterio. Ese oficio que nació
en la piel desde siempre, era el poder de su querer.
Su rol ahora era muy importante en las barracas
y cercano al poder podía escapar sus sones musicales
llegando así a tocar la piel de su amada esposa.
Una gran mujer, única ,hermosa y fiel,
ella escuchaba esa voz metálica y se complacía
soñando los tiempos pasados envueltos de felicidad.
Posaron en ellos tantos rostros de miradas perdidas,
temerosas que nadie pudiera olvidar, todo giraba
entorno a la muerte, el olor salado y ácido desgarrando
la piel y emanando dolores entrecortados;
de golpes incondicionales. Angustia latía
entre la sangre roja, cálida y olorosa en ese campo
de cuerpos quietos y rojos como aquella rosa,
como el mismo infierno que desplegaba sus sombras.
Llegó el día esperado, sentenciado desde el principio;
ella, junto a otros rostros calavéricos tiesos y moribundos
esperaba el turno de muerte y él ya lo sabía
lo intuía desde lo más profundo del alma y...
sin importar nada de nada, tomó coraje y postrándose
sobre el suelo imploró como cualquier esclavo a su amo ....
un pedido de última voluntad, por una vida que lo valía todo;
por su mujer de siempre.
Fue tanta lástima suplicante que llegó a tocar el corazón rudo
y frío del uniformado, sólo pidió tocar una melodía
con su instrumento de madera vieja.
En ese paisaje con olor a huesos quemados,
el ténue sol iluminaba sus rostros maquillando naturalmente
la palidéz humana que se ofrecía en sacrificio mortal.
Mientras él tocaba su violín, la miraba acariciándola perpétuamente.
Ella era su otra parte, la paz y guerra,
con ansias dormían las notas sobre el paisaje nocturno
que abrigaba la noche..... Era el testigo de la pronta despedida,
de aquella vida, suya y pura. Quizo así el destino dibujar ese tiempo
de guerra que los distanciaba para siempre. Marcaba con fuerzas
las notas de aquella melodía última, gesticulando un “ te amo".
Ella respondía con una mirada tierna, de esposa enamorada
quería consolar sus destinos buscando tranquilizar armónicamente.
Sus ojos negros reflejaban aquella dulce vida que los unió,
los sitios habitados por los paisajes robados bajo el sol.
¡cuántas madrugadas amando bajo la luna¡ ¡cuántas estrellas
alumbrando el camino! Él quería correr y dar el último abrazo
pero “ellos “ lo impedían, entonces decidió hablar con notas musicales
como siempre. El sonido agudo era un grito apagado en la garganta;
el alarido impotente, la despedida forzada, obligada.
Ambos bañaban con lágrimas aquel campo de muerte,
cada son invocaba la tristeza en la mañana negra,
más su querer quebraba esa muerte.
Los compases albergaban los silencios alargando el rítmo
enamorado, un “te quiero “ con dolor interno sudaba
en su frente. La brisa agitaba ese aroma añorando los juegos
hechiceros bajo noches estrelladas, escenarios de vida urbana,
de tecnologías demoradas.
Seres obligados a morir sin petición, canción distorsionada
que marcaba un final soleado de amor intenso-pasión.
La noche se apoderó de su éxtasis y poco a poco sintió arder
en romance y volverse letra, nota y dolor eterno
cobijando sus lágrimas sobre el género, lienzo añil de recuerdos
que besará cada vez que ejecute su violín compañero.
Cada vez alunbraría la figura amada, su esposa.
Cántaro en aquel sepulcro viviente. Aquella piel gitana se quemaba
ardía en llamas pero él supo convertir las llamas humanas
en esperanzas derramadas y contenidas en los sones melodiosos
del viejo instrumento que orgullosamente sostenían los gritos
en aquella desesperación apocalíptica.



SUANG